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vicenteperu

Tres incidentes en un día

Tres incidentes en un día

Este martes 16 de octubre ha sido un poco estresante. Se me han acumulado muchos problemas de tipo administrativo: cobrar una cosa de Manolo Amorós, arreglar mi seguro médico y, por lo menos, otras tres cosas más. Voy con todo esto en la cabeza y al pasar por una calle próxima a casa, se me adelanta una señora gordita y cuarentona y se agacha delante de mí. Ha cogido una cartera que alguien ha perdido. La abre y tiene diversas tarjetas de crédito y un taco de billetes.

-¡Que alegría, hemos encontrado una cartera!

En realidad la encontró ella. Yo habría pasado sin verla.

Vuelve a mirarla y me habla de repartirnos el dinero a medias. A mí me rechina un poco la cabeza y la ofrezco encargarme de devolverla a su dueño. Ella dice que seguro que si se la damos tal cual, con el dinero, no nos da mas que las gracias.

-Si a mí me toca alguna parte, se la doy a los pobres. Por aquí cerca hay un comedor social.

Hay cosas que se me descolocan un poco y me aturden.

De pronto aparece otro señor. Ella se guarda rápidamente la cartera entre su falda.

-          ¿Han visto por aquí una cartera? Se me ha caído y tenia cosas importantes.

Ella:

-No, no hemos visto nada.

Eso es mentir y me vuelven a rechinar las neuronas, pero yo no he sido el que ha mentido.

El otro no se lo cree y la pide que le enseñe su cartera, que él conoce sus tarjetas.

La otra le enseña la suya y dice

-          Vamos a comprobarlo. Y se van a un teléfono público, de esos que están en medio de la calle. Cogen una tarjeta del monedero de ella. Marcan un nº y luego la dice. Ahora ponga su clave. Habla con mucha energía. La otra la pone y dice.

-          No es mi tarjeta.

Luego se dirige a mí. A ver, enséñeme sus tarjetas, que yo conozco las mías. Abro mi cartera, coge la de Interban y teclea unos números. Me pasa el teléfono. La cabeza me chirria más. Siento un cierto complejo de culpabilidad por no haber dicho que si “nos” hemos encontrado la cartera, pero no tiene derecho a investigarme.

-Teclee su clave.

Y me pasa mi tarjeta.

En ese momento me parece que se pasa demasiado de sus derechos. Digo: NO. Me guardo la cartera y me voy directamente. No volví la vista atrás.

Estaba cerca de casa y me fui rumiando tan extraño incidente. Si hubiese tenido interés por mi mitad de la plata, a lo mejor habría seguido allí. Menos mal que no pensaba quedarme con nada.

Sigo pensando y cada vez estoy más convencido: me han intentado dar un timo y me he librado, entre otras cosas por falta de ambición pecuniaria.

Cuando recorro unos 100 metros y llego a mi puerta, ya estoy seguro. Me han intentado timar, así que me volví y me fui directo al banco. Saqué todo lo que es posible sacar en efectivo en un día, di de baja la tarjeta, compré otra y me volví a casa a sacar el carro.

 

Tras el incidente se queda la cabeza dando vueltas y recordando los detalles y el corazón se enciende y el carro también porque tenía que hacer una gestión. Conducir en esas condiciones es presagio de chocar contra alguien.

La gestión era en un sitio céntrico donde es difícil aparcar. En Lima, la estructura de las calles suele ser así. Pegado a las casas un trozo de vereda de poco más de un metro de ancha. A continuación otro de unos dos metros que unas personas lo cuidan como jardín y otras lo ponen de cemento. Es una zona de todos. Y luego la carretera asfaltada. En esas veo un hotel de los buenos, de los que tiene dos o tres personas en la puerta bien uniformadas para recibir a los clientes que tiene esa estructura y un trozo de vereda de cemento donde se puede aparcar. Aparco mi furgoneta y se me acerca un señor con su uniforme:

- ¿Es usted cliente del hotel?

- Pues no

- Entonces haga usted el favor de aparcar en otro sitio.

- Si me deja usted aparcar en esa zona del hotel (señalando a una del interior, que si era suya)

- No, es que por aquí tiene que salir un autocar que va a venir con clientes.

- Tiene sitio de sobra para salir…

Sigue una especie de forcejeo en el que recurre a diversos razonamientos como que si no me voy, le echan la bronca a él y yo me ofrezco a hablar con su jefe para decirle que si que lo está haciendo bien, lo que pasa es que yo no me quiero ir, pero no lo acepta.

Viendo dos guardias que estaban a escasos metros, le digo:

- Ahí tiene dos guardias, si quiere pregunte si tiene derecho.

- Pregunte usted.

- Yo no pregunto porque no tengo dudas.

Y me fui, pero un poco caliente. Ya me ha pasado varias veces que los vigilantes, como perros guardianes, han esgrimido derechos ficticios que les contaban sus empleadores.

 

Hago las gestiones, regreso, cojo la combi y me voy a hacer la última de la tarde.

Ahora es una calle de poca monta, estrecha y de doble circulación, con su línea amarilla en el borde de la vereda de no poder aparcar, pero hay un trozo de la acera que está con cemento, como la anterior. Aparco procurando dejar libre la puerta, que es de un restaurante chino y enseguida me sale una señora diciendo que le quite de allí. La muevo lo más posible para no tapar ni lo más mínimo de la puerta pero ella no se queda contenta y sigue con sus argumentos, exigiéndome que me vaya. La contesto un  poco, pero es inútil. La digo adiós y me voy. Aquí era fácil irse a otro sitio, pero me sentía un poco como D. Quijote, luchando contra los abusos. Esta vez sí tengo un poco de miedo que me pinche las ruedas o algo así. Hago la gestión, vuelvo y ha llegado el chino, no sé si su marido o su jefe y ha aparcado su carro, perpendicular a la calle, tapando un poco de la acera de pasar la gente y metiéndose mucho en la parte asfaltada. Todo eso está mal, pero seguramente que no le dicen nada por ello, pero lo ha puesto muy cerca del mío con lo que me era muy difícil maniobrar. Me espero un poco y parece que el señor está haciendo cosas y va para largo. No le pregunto nada pues me parece evidente y al poco tiempo aparece por hallé un guardia con una moto. Se para y yo aprovecho para decirle:

- ¿Me podría ayudar a maniobrar, para no dar al carro de atrás?

- Con mucho gusto, para eso estamos.

Se pone manos a la obra y a la primera de cambio ve al dueño y le dice que haga el favor de mover su carro. Le salta con la retahíla de la señora, pero el guardia no se lo cree. Le repite por dos veces que lo quite y al final no tiene más remedio. Lo mueve, saco yo el mío, doy las gracias al policía que me hace el signo de triunfo.

 

¿Por qué y para qué cuento esto? ¿Tiene que ver algo con Dios o con lo formativo? Poca cosa, algo lo de la falta de ambición de dinero de la primera anécdota y lo de ser justo y exigir justicia en las otras dos, pero poca cosa.

¿Entonces, por qué me molesto en escribírtelo?

Muy sencillo. Porque me creo que a ti te gustará leerlo. Eso ya es importante. Además como me escarba en la cabeza, me ha sido fácil hacerlo.

De nuevo, por razón de tiempo, no pongo foto.

2 comentarios

MANUEL -

¡ Vaya día ! Efectivamente, el numerito de la cartera, seguro que era un timo y reaccionaste muy bien. Para tu información, hay un tipo de delincuencia nueva en España (principalmente son sudamericanos) que se llaman "cogoteros" y que su especialidad es atracar a las personas mayores en los cajeros automáticos con excusas diversas o por las malas usando la violencia.
No te puedes fiar ni de las viejecitas. Hay muchísima gente que no entiende los gestos de bondad. Es así.
Un abrazo fuerte

José Miguel Benito García -

Como dices me ha encantado leerlo y sirve para aprender a ser justo y a exigir justicia. Gracias por contarlo. Ayuda. Un abrazo.